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una reacción que le brota a uno de las entrañas juzgando de acuerdo a los hábitos, los prejuicios y
el sentido común en vez de basarse en algún conjunto de ideas discutibles, inconvenientes y
áridamente teóricas. Al fin y al cabo todavía hay lugar para las humanidades, por mucho que las
desprecien quienes nos garantizan libertad y democracia.
Los departamentos de literatura en las instituciones de educación superior son, por lo
tanto, parte del aparato ideológico del Estado capitalista moderno. No son aparatos totalmente
dignos de confianza pues las humanidades encierran muchos valores, significados y tradiciones
opuestos a las prioridades sociales de ese Estado, llenos de una sabiduría y experiencia que va más
allá de la comprensión estatal. Además, si se permite que muchos jóvenes no hagan nada durante
algunos años excepto leer libros y conversar entre sí, entonces es posible que en determinadas
circunstancias históricas más amplias no sólo comiencen a cuestionar algunos de los valores que se
les transmitieron sino que comiencen a poner en tela de juicio la autoridad con que se los
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
transmitieron. Por supuesto que no hay peligro en que los estudiantes cuestionen los valores que
les fueron transmitidos; al fin y al cabo parte del significado de la educación superior radica en
capacitarlos para ese cuestionamiento. El pensamiento independiente, la disensión crítica y la
dialéctica razonada son parte de la esencia de una educación humana. Casi nadie exigiría que el
ensayo que usted escriba sobre Chaucer o Baudelaire llegue inexorablemente a ciertas conclusiones
fijadas de antemano. Lo único que se le pide es que manipule un lenguaje específico de una
manera aceptable. El tener un título donde el Estado certifica que usted terminó satisfactoriamente
los estudios correspondientes a la carrera de letras equivale a decir que usted está capacitado para
hablar y escribir de determinada manera. Esto es lo que se enseña, examina y certifica, no lo que
usted piense o crea, ya que lo pensable , por supuesto, quedará restringido por el lenguaje. Usted
puede pensar o creer lo que quiera, siempre y cuando pueda hablar en ese lenguaje específico. A
nadie le importa particularmente lo que usted diga, ni la posición moderada, radical o
conservadora que adopte, siempre y cuando esa posición sea compatible con una forma específica
de discurso y pueda articularse dentro de esa forma. Pero ocurre que ciertos significados y
posiciones no pueden articularse dentro de ese marco. Es decir: los estudios literarios se refieren al
significante, no al significado. Quienes fueron contratados para enseñarle esta forma de discurso
recordarán si usted supo o no supo expresarlo competentemente, aun mucho después de haber
olvidado lo que usted dijo.
Los teóricos literarios, junto con los críticos y los profesores, más que impartidores de una
doctrina son guardianes del discurso. Su labor consiste en preservar ese discurso, ampliarlo y
explicarlo cuando sea necesario, defenderlo contra otras formas de discurso, iniciar a los novatos y
decidir si han logrado o no dominarlo. El discurso en sí mismo carece de significado definido, lo
cual no quiere decir que no encierre ciertas presuposiciones; es como una red de significantes
capaz de encerrar todo un campo de significados, de objetos y de prácticas. Ciertos textos o escritos
se seleccionan por ser más adaptables que otros a este discurso, y constituyen lo que se conoce
como literatura o canon literario . El que por lo general se considere que este canon es bastante
fijo e incluso, a veces, eterno e inmutable es en cierta forma irónico, ya que como el discurso
literario crítico no tiene significado definido puede, si así lo desea, fijar su atención casi en
cualquier tipo de escritos. Algunos de los más acalorados defensores del canon de vez en cuando
han demostrado como puede operar el discurso en escritos no literarios . Esto, sin duda, es
motivo de desconcierto para la crítica literaria que circunscribe para su propio uso un objeto
especial -la literatura- pero existe como un conjunto de técnicas discursivas que no tienen ninguna
necesidad de limitarse tan sólo a ese objeto. Si en una fiesta no tiene usted nada mejor que hacer,
siempre puede intentar hacer un análisis crítico literario de la reunión, hablar de sus estilos y
géneros, hacer distinciones entre sus matices más significativos o concretar sus sistemas de signos.
Un texto así puede resultar tan rico como alguna de las obras canónicas, y sus disecciones tan
ingeniosas como las de Shakespeare. Por eso, una de dos: o la crítica literaria confiesa que puede
manejar una fiesta con la misma facilidad con que se ocupa de Shakespeare (en este caso correría el
peligro de perder identidad y objeto), o reconoce que las fiestas se pueden analizar en forma
interesante a condición de que se les cambie el nombre, algo así como etnometodología o
fenomenología hermenéutica. Se interesa precisamente en la literatura porque es más valiosa y
provechosa que cualquier otro de los textos a los que puede dedicarse el discurso crítico. El
inconveniente de esta afirmación radica en su evidente falsedad: muchas películas y obras de
filosofía tienen mucho más valor que gran parte de lo que se incluye dentro del canon literario. Y
no es que sean valiosas desde otro punto de vista: pueden contener objetos de valor precisamente
en el sentido en que la crítica define el término. Quedaron excluidas de lo que se estudia no por su
inadaptabilidad al discurso sino por la autoridad arbitraria de la institución literaria.
Otra razón por la cual la crítica literaria no puede justificar su autolimitación a ciertas obras
apelando a su valor es que la crítica forma parte de una institución literaria que, en primer lugar,
concede a esas obras la categoría de valiosas. Las fiestas no son lo único que necesita ser convertido
en objeto literario de valor sometiéndolo a un tratamiento específico: lo mismo ocurrió con
Shakespeare. Shakespeare no era literatura por todo lo alto convenientemente al alcance de la
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
mano y felizmente descubierta por la institución literaria; es literatura por todo lo alto porque la
institución le asignó esa dignidad. Esto no significa que Shakespeare no sea de veras gran
literatura (cuestión referente a lo que la gente opine sobre él) porque no hay literatura de veras
grande ni de veras insignificante si se desliga de las formas en que se considera lo escrito dentro
de las formas específicas de la vida social e institucional. Existe una infinidad de formas de tratar a
Shakespeare, pero no todas ellas cuentan como crítica literaria. Quizá el propio Shakespeare, sus
amigos y actores, no hablaban de sus obras en alguna forma que nosotros pudiéramos considerar
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